LA MASONERÍA Y LA CRISIS COLONIAL DEL
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El tema colonial fue uno de
los preferidos del catolicismo y de los profesionales de la antimasonería para convencer a la opinión pública de que la masonería
había impulsado la independencia de las colonias españolas. Era una
historia en la que los masones eran convertidos en traidores a España
por haber vendido las colonias y desgajar el territorio patrio para
satisfacer las ambiciones de poderosos centros internacionales
situados siempre en el extranjero y que habían puesto sus codiciosos
ojos en España.
Por otra parte, no debe
olvidarse que, desde el Sexenio e incluso antes, la Iglesia utilizó la
masonería para denunciar o atacar indirectamente al Estado liberal,
cada vez menos sensible a los argumentos del catolicismo tradicional.
Además, asimilando expresamente liberalismo a masonismo mantenían a
las masas católicas apartadas del primero, puesto que un masón
provocaba siempre más rechazo que un burgués liberal.
La masonería frente al conflicto
colonial caribeño
Hasta finales del pasado
siglo la masonería española (es decir, las diferentes obediencias que
componían la Orden en nuestro país) vivió aislada de las masonerías
europeas y de otros lugares como EE. UU. por varios motivos, el más
importante de los cuales era la pugna por los derechos masónicos de
territorialidad sobre las colonias antillanas. El origen del conflicto
estaba en que en Cuba y Puerto Rico se había implantado una masonería
de filiación norteamericana con anterioridad a la española, compuesta
mayoritariamente de cubanos y autónoma de la masonería de origen
español, implantada más tarde.
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Logia Fraternidad Española de Ponce
de Puerto Rico, 23 de diciembre de 1913 |
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Agape solsticial de invierno
de 1913 de la Logia Fraternidad Española de Ponce de Puerto Rico |
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Logia Hijos de Minerva nº 336 del
GOE en la Vega Alta de Puerto Rico, 17 de diciembre de 1900 |
En septiembre de 1875 —en
plena Guerra de los Diez años— se reunieron en Lausana 22 Supremos
Consejos del Grado 33 (organizaciones masónicas nacionales) de Europa
y las dos Américas con el fin de federarse, ordenar y reformar el Rito
Escocés y Aceptado. Allí estuvo representado el Supremo Consejo de
Colón, que representaba a Cuba, pero no la masonería española. En
dicho congreso masónico internacional se votó una resolución de
especial trascendencia para la Orden, según la cual los derechos de
territorialidad sobre Cuba y Puerto Rico correspondían al Supremo
Consejo de Colón y no a una obediencia española. Así, Cuba fue
independiente antes en el plano masónico que en el político. Ante
dicha resolución, conocida ya de antemano, las obediencias españolas
no participaron en el llamado «Convento de Lausana» y pasaron al
ostracismo, aislados del resto de familias masónicas del mundo, con
tal de no transigir en una cuestión tan delicada dado que Cuba era
territorio español y, obviamente, a la masonería española correspondía
la legalidad en aquella posesión. Huelga resaltar la trascendencia y
el significado inequívoco de la resolución votada por el flamante
cuerpo masónico internacional.
Sagasta, jefe del partido
liberal, sería elegido al año siguiente Gran Maestro del Gran Oriente
de España. El Marqués de Seoane, senador del reino, era el Gran
Maestro del Gran Oriente Nacional de España. Pues bien, el G.O. de
España rompió las relaciones con el Supremo Consejo de Colón, al que
acusó de independentista, al tiempo que reafirmaba su misión de
«Mantener la unión de la masonería y de la Patria». Desde entonces se
agudizó el conflicto de los grandes orientes españoles contra la
obediencia específicamente cubana, apadrinada por la de los EE. UU. En
la Metrópoli, todas las obediencias, sin excepción, se declararon
siempre enemigas de la independencia cubana e incluso, en muchos
casos, de la simple autonomía.
El panorama político en la
masonería cubana era completamente distinto, pues un sector era
independentista, otro era partidario de integrarse a los EE. UU. y un
tercero se inclinaba por mantenerse bajo la soberanía española con
autonomía política.
En la Península, únicamente
los masones adscritos al republicanismo federal —especialmente los
catalanes— «comprendían» o podían aceptar los deseos independentistas
de un sector de sus «hermanos» antillanos. Las demás familias
republicanas eran centralistas y casi siempre contrarias a la
autonomía cubana, empezando por el posibilista y luego fusionista
Miguel Morayta, fundador y Gran Maestro del G.O. Español, obediencia
admitida en la Masonería Universal en 1891.
La crisis filipina y sus consecuencias
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La noble y
soberana viajera "La beneficencia", logia Nilad nº 144 de Manila |
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En Filipinas la realidad
masónica y la política eran bien diferentes. El Archipiélago era una
posesión muy cuidada por la Iglesia, donde el clero regular
fiscalizaba una parte importante de la vida en aquella alejada
colonia.
La masonería se implantó
tarde y débilmente en la colonia oceánica y hasta 1884 no se
admitieron «indios», como se decía. Era pues, una masonería de
españoles y para españoles. Pero con la expansión del G.O. Español,
Morayta y la cúpula de esa obediencia plantearon una batalla contra el
claro regular en Filipinas; repetimos: al clero regular y no al
sistema colonial.
Si en Cuba eran enemigos de
la independencia, en Filipinas todos los esfuerzos se dirigieron
únicamente a conseguir que la colonia lograse tener representación
parlamentaria, como la disfrutaban Cuba (1876) y Puerto Rico (1871).
Pedían que se aplicara la Constitución de 1876, la Ley
de prensa y de asociación. En una palabra: asimilismo. Esa era
la política del G.O. Español en Filipinas y en la Metrópoli. Pero dicha estrategia
atrajo por igual a los filipinos asimilistas y a los independentistas.
Con este propósito llegó a Barcelona la primera colonia de filipinos,
encabezados por Marcelo H. del Pilar, Graciano López Jaena y Mariano
Ponce, entre otros. A primeros de 1889 fundaron en esa ciudad la logia
Revolución y el quincenario «La
Solidaridad», órgano
oficial de la Asociación de Hermandad Hispano-Filipina. El presidente
de la entidad Hispano-Filipina era M. Morayta y cuando el núcleo
filipino se trasladó a Madrid, se estrecharon aún más las relaciones
entre éstos y el G.O. Español.
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Logia Non
Plus Ultra de Manila 1919 |
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Ante el fracaso de la
estrategia moderada, ganó terreno con rapidez la tesis independentista
por la vía armada, por ejemplo a través del «Katipunan», que no era
una masonería, sino más bien un carbonarismo trasplantado a Filipinas.
No cabe duda de que el G. O.
Español hizo política en Filipinas y en España, pero siempre dentro de
la legalidad constitucional, porque allí no se respetaban los derechos
individuales que la Constitución amparaba. En todo caso, al G. O.
Español, la aventura filipina le costó la clausura de su sede central.
El G.O Nacional de Pantoja desapareció. En el V Congreso Católico
Nacional de Burgos de 1899, todos los obispos españoles, sin
excepción, firmaron un manifiesto dirigido al gobierno en el que se
pedía la reforma de la Ley de
Asociación de 1887 con el fin de «expulsar la masonería de España».
Esa batalla también se perdió.
Extractado de. Pedro Sánchez Ferré,
"Masonería y Colonialismo", en La Masonería Española (1728-1939).
Exposición, Alicante-Valencia, 1989, pp. 81-90.
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